Precipicios esperando caídas.

    Volver a casa sola tampoco está tan mal. Música en los cascos e ideas en la cabeza, luchando a ver quién hace más ruido. Depende del día gana uno u otro. A veces subir el volumen de la música ayuda bastante. Y cantar a gritos, sabiendo que nadie va a escucharte.

O pensar en voz alta. Aunque eso ya da más miedo. Porque mientras las ideas estén en mi cabeza, puedo hacer como que no son reales. Pero una vez salen por mi boca… ya no hay marcha atrás. Como, por ejemplo, confesar que siempre que vuelvo a casa sola lo hago pensando en él. O cada vez que escribo. Siempre le escribo a él. Siempre le canto a él.

Sin embargo, ahora pienso un poco más en mí. Supongo que es lo que debería haber hecho desde el principio, y quizá entonces no estaría escribiendo aquí ahora. O quizá no. Ya da igual.
Estoy sentada en la mesa del ordenador, escribiendo a alguien que no me va a leer (y, ya puestos a ser sincero: a alguien que no quiero que me lea). Dedicándole pensamientos a una persona a la que ya dediqué demasiadas lágrimas.
A alguien a quien no voy a perdonar nunca. No es que sea rencorosa, no confundamos. Simplemente me resulta más fácil odiarle que echarle de menos. Y mientras me refugie en estos sentimientos, estoy protegida de otros peores (como volver a quererle).

Es difícil explicar lo duro que es que te destroce la persona en la que más confiabas en el mundo. Pero más complicado todavía es sentirlo.
Aunque, siendo realista, duele muchísimo más estar con alguien que sabes que no te quiere ni te necesita. Es complicado, porque esa persona cree que lo hace e intenta demostrártelo. Pero tú sabes que es todo una pantomima, y no eres capaz de poner buena cara sabiendo la verdad. Y no recibes los besos de la misma forma. Y no das los abrazos con el mismo amor. Y notas que las despedidas ya no son lo mismo.

    Es como una fase de preparación. Sabes de sobra que todo se ha acabado mucho antes de que la otra persona descubra que algo ha cambiado. Y te preparas para la caída. Y digo caída porque la situación es bastante parecida a estar al borde de un precipicio: juntos, poco a poco, habéis escalado una montaña tan escarpada que es prácticamente imposible creer que hayáis conseguido llegar tan alto. Y cuando llegáis, todo es precioso, como si fuera lo que habíais estado buscando toda la vida. Pero en vez de quedaros a disfrutar el lugar, seguís andando. Y él no sabe hacia dónde vais. Pero tú sí. Y cada paso que avanzáis os acerca más al borde del precipicio. Y tú lo sabes. Y no estás preparada para eso. Y te vas alejando poco a poco. Y él no entiende nada.

Por eso mismo él siempre va a pensar que la culpa fue tuya: que tú cambiaste, que tú te alejaste, que tú empezaste a ser fría, a no devolverle las muestras de cariño, a no aceptar sus “te quiero” como antes. Pero tú sabes lo que ha pasado en realidad, y por eso te da igual lo que él piense.

Y entonces, cuando ya estás de puntillas al borde del precipicio, te hace pensar que te va a coger la mano y no va a permitir que te caigas. Y tú, ingenua (como siempre), le crees. Te permites creer que de verdad puede salvarte. Y justo en ese momento, justo cuando hayas decidido luchar un poco más, te abraza. Pero no es un abrazo como los de siempre: tiene el peor sabor a despedida que vayas a probar en tu vida. Y no veas si duele cuando él te empuja con todas sus fuerzas mientras te mira a los ojos.

Y te caes. Claro que te caes. Te pegas la hostia de tu vida. Y acabas más destrozada de lo que lo habías estado jamás. Más en ruinas que Roma.

    Entonces llega la parte más irónica: él baja corriendo a ayudarte. Te ve llorar, ve como los trozos de ti se esparcen por el suelo, y te pregunta qué te pasa. Te pregunta qué te pasa como si no lo supiera de sobra, y encima te dice que él no ha hecho nada. Tiene el atrevimiento de decirte que ha sido culpa tuya por acercarte tanto al borde y perder el equilibrio.

Y tú, que has visto perfectamente cómo te empujaba y te miraba caer, te preguntas si no tendrá razón (pequeña imbécil, ¿cuándo aprenderás?). Buscas la forma de convencerte de que ha sido culpa tuya.

Pero entonces algo se activa en tu mente. Algo te dice que es absurdo seguir buscándole explicación a la hostia que te acabas de pegar. ¿Qué más da qué te hiciera caer? El caso es que ahora estás en el suelo hecha pedazos, y tienes que reconstruirte.

Por primera vez en mucho tiempo te das cuenta de que llevas demasiados meses perdida. 
Y decides que ya va siendo hora de encontrarte


Ya casi no recuerdo que te había olvidado.

     Necesito escribir otra vez. Y siempre por lo mismo, siempre por tu culpa. Tanto para bien como para mal, siempre escribo por ti.

    Te echo de menos, ¿sabes? Te echo tanto de menos. Ayer hizo un año de aquella noche en la que me dijiste que me echabas de menos, que me seguías queriendo y te arrepentías de haberte largado. Y yo te creí, ¿sabes? Te creí como una estúpida, a pesar de aparentar como que no lo hacía. 


    También fue tu culpa que te creyera. Nunca te había visto esforzarte tanto para tenerme. Y te juro que no se me va a olvidar nunca es sabor de ese segundo primer beso. Ni tu mano buscando la mía cuando andábamos por la calle. Cuando me levantabas por los aires mirándome a los ojos, como si no hubiera nada que quisieras más que a mí.

    Te echo tanto de menos. Me hiciste pasar el mejor verano de mi vida, te lo juro. Te juro que nunca había sido tan feliz. Me demostraste tantas cosas... todo el mundo dice que no, pero yo sé que me has querido. Lo sé. Quizá no tanto como yo a ti. Y quizá no lo suficiente como para aguantarme. Pero sé que me has querido.

    Y es que ellos no te veían la cara cuando me acercaba. Ellos no recibían mensajes de repente ni llamadas con millones de 'te quiero' en diez minutos. A ellos no les ibas a ver a la puerta de casa ni les abrazabas tan fuerte, tan bonito. No son ellos los que se pegaban contigo y acababan comiéndose a besos. No. Esas cosas no las hacías con ellos. Las hacías conmigo.

    Quizá fueron imaginaciones mías, no sé. A lo mejor no me besaste con tanto amor aquella vez, y quizá no me miraste como te vi mirarme al entrar a mi casa después de las doce campanadas. Quizá estaba cegada y nada de eso era real.

    Pero era tan bonito... te juro que cuando me desperté a tu lado aquel día de verano y te vi dormido supe que jamás iba a ser tan feliz. Y ni siquiera estabas especialmente guapo. Simplemente estabas dormido, con la boca medio abierta y un gesto tranquilo. Pero supe que jamás iba a querer a nadie tanto como a ti.

    Quizá el error fue no decírtelo lo suficiente. Quizá no sabías que estaba tan enamorada de ti. Quizá no hice las cosas bien (como de costumbre). Quizá viví una historia diferente.

    A lo mejor tenía que haberte dicho que te quería mil veces al día. A lo mejor tenía que haberme dejado llevar. Quién sabe.

    Pero supongo que algo dentro de mí me decía que esta vez tampoco iba a salir bien. Aunque al principio fuera tan perfecto.

    ¿Por qué dejaste de hacerme caso? Todavía intento recordar en qué momento dejamos de contarnos todo, cuándo dejaste de necesitar hablarme a todas horas, por qué de repente sentí que ya no te importaba. Y eso tampoco te lo dije. Pensé que también eran imaginaciones mías.

    Pero no sabes cuánta falta me hacías. No podía más, y lo único que necesitaba era que estuvieras ahí y no me dejaras caer, ni rendirme, ni hundirme. Pero no estuviste, ¿sabes? No lo entendiste. No te diste cuenta de que si me enfadaba tanto era porque no podía más. Te necesitaba y tú sólo empeorabas las cosas al no entenderlo. Y yo pensaba que eso también era culpa mía por pagar contigo cosas de las que no tenías la culpa.

    Y lo dejaba pasar. Empecé a sentir que no podía decirte nada, porque siempre te enfadabas. Y yo no soy de esas personas que pueden callarse todo. Y me sentía un lastre.

    Pero seguías sin darte cuenta. No te dabas cuenta de que podías hacerme más daño que nadie. Y que cada vez que te cabreabas y decías ciertas cosas, a mí se me caía el mundo encima.

    No sabes cuántas horas me pasé llorando porque algo dentro de mí me decía que estábamos al borde de un precipicio y que en cualquier momento nos caeríamos.

    Y vaya que si nos caímos. Sólo que tú caíste de pie, y yo me hice añicos.

    Y aquí sigo, intentando recoger los trozos de mí que hay por el suelo. Aunque es absurdo. No encajan, ya no sirven. Sólo hacen daño.

    Y vuelvo a escribir (a escribirte) llorando. Intentando hacer como que no me rompo un poco más por dentro cada vez que te veo. Cuando sé que estás besando otros labios sin ni siquiera recordar los míos. Cuando sé que te estás follando a una mil veces mejor que yo. Y ni siquiera puedo culparte. Ni enfadarme. Y ojalá pudiese odiarte. En serio, ojalá.

    Pero no sé qué me pasa, que no puedo. Me parece normal que ya ni siquiera te acuerdes de mí, que no recuerdes lo que se supone que sentías y que te la sude haberme perdido. Porque en el fondo, ¿quién va a quererme? Si no valgo nada por dentro, ni mucho menos por fuera. Bastante que me regalaste un poco de tu tiempo.

    Pero ojalá me hubieras entendido. Ojalá te hubieras esforzado para intentar entenderme. Ojalá me hubieras querido lo suficiente como para no dejar que tu orgullo ganara y luchar por mí. Como para no dejar que me fuera sin hacer nada. Como para no sustituirme tan rápido.

    Ojalá te hubiera importado lo más mínimo cómo me sentía. Y como me siento ahora.

    Ojalá entendieras lo horrible que es estar enamorada que alguien que te ha roto.

    Ojalá supieras lo duro que es hacer como que no te quiero, como que no me importa verte tan feliz, como que me da igual que estés con otra. Y lo jodido que resulta conseguir no llorar dos días seguidos, y luego volver a verte.

    Ojalá supieras lo que se siente. Y cómo duele. Porque no veas si duele cuando mi corazón se empeña en decirme que quizá tú también me buscas entre la gente y me miras cuando paso por delante. Que quizá dentro de un tiempo vuelves a volver y a la tercera va la vencida. Y duele tanto porque sé que puede que pase. Y sé que me debo a mí misma no permitirte volver. Pero también sé que probablemente no tenga las fuerzas suficientes como para hacerlo.

    Y me romperás otra vez. Seguramente más de lo que estoy ahora. Aunque quizá no sea posible, porque creo que no queda nada que romper. Estoy tan vacía que dentro de mí se oye eco cuando discuten mi corazón y mi cerebro.

    ¿Sabes lo que dice el cerebro? Todo verdades. Que no te importo una mierda, y que no te mereces ni que te salude. Ni mucho menos que te deje volver si algún día quieres hacerlo. Porque quien te quiere no te destroza. Y mucho menos sabiendo que lo está haciendo, y buscando excusas para echarte a ti la culpa.
Y lo sé. Claro que lo sé. Y ojalá algún día sea capaz de asumir que no estoy hecha para el amor, ni mucho menos para ti. Quizá algún día sea capaz de verte besando a otra y no sentirme insignificante.

    Quizá.

    O quizá no.

    Pero pase lo que pase, no quiero que lo sepas. Porque me siento tan patética cuando te escribo mientras tu la escribes a ella (o a cualquier otra). Cuando te lloro mientras tú te la follas.


    Pero voy a salir de esto. Lo sé. Quizá nunca esté con nadie más en mi vida (que es lo más probable), pero voy a dejar de quererte. Aunque me cueste la vida, voy a dejar de quererte. Aunque tenga que cambiar. Si total, ya no sé quién soy (ni sé quién eres tú).

    Me pusiste por las nubes, y luego me dejaste caer. Y me destrozaste. Y encima te llevaste la mitad de los pedazos. Y me cambiaste. Y ahora no sé qué hacer.

    No tengo ni la menor idea de qué hacer.

    Pero voy a descubirlo, me cueste lo que me cueste. Y sino, voy a dejar que pase el tiempo y me lleve la corriente. Ya veré dónde acabo.



Me encanta, me encantas.

     ¿Cómo explicarlo? Me encanta tu forma de mirarme, de cogerme la mano cuando andamos por la calle, de abrazarme mientras vemos una película. Me encanta que te quejes cuando cambio las canciones en el coche, y que te santigües siempre conduces. Me encanta que me beses en los semáforos en rojo, que me abraces hasta cuando estás enfadado, que te quejes de que te entra hipo si te hago cosquillas. Me encanta esa voz que pones cuando cantas y que bailes haciendo el tonto; que me hagas sonreír cuando tengo ganas de llorar, que seas como un niño pequeño. Me encanta esa manía tuya de morderme pero no dejar que yo te muerda; de darme besos en el cuello y luego tocarme la pierna a ver si tengo la piel de pollo.

     Me encanta que hagas planes sobre cuándo y cómo nos casaremos, cómo viviremos y que discutamos el nombre que tendrán nuestros hijos. Me encanta que me prometas que esto va a durar siempre. Me encanta que me aguantes, que no podamos pasar ni un día sin hablar y mucho menos sin vernos. Me encanta esa sensación de no poder ser más feliz que tengo cuando te miro. Me encanta volver a casa oliendo a ti, y dormir con tu camiseta. Me encanta tener tu chaqueta colgada de la silla y que sea lo primero que veo cuando me despierto. Me encanta que ocupes un 99% de mi cerebro el 99% del tiempo; eso de querernos veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Me encanta que me beses y me espachurres, que nunca me dejes irme a casa a la primera y te despidas mil veces seguidas.

     Me encanta que me llames sin avisar, y que vengas a verme a la puerta de casa. Me encanta que te pongas celoso y que me repitas mil veces que sólo me quieres a mí. Me encanta que tengas tanta paciencia conmigo. Me encantan todas y cada una de las cosas que tienen que ver contigo, con nosotros. Me encanta no encontrar sentido a por qué volviste, por qué sigues aquí, pero sentir que de verdad me quieres cada vez que me miras. Me encanta saber que estás ahí, que puedo contar contigo. No sé, me encanta todo. Me encanta sentir que no puedo te querer más y, sin embargo, enamorarme cada día un poco más. Me encanta tener tu sonrisa a centímetros de la mía. Me encanta, me encantas.


Subidas y bajadas.

      ¿No te das cuenta? Soy como una puta montaña rusa. Siempre dando vueltas, siempre con mil sensaciones, subiendo y bajando. ¿Y sabes lo peor? Mientras estoy subiendo, sólo puedo pensar en lo que me espera al llegar arriba, en la caída.

      Cuando parece que todo va bien y que soy feliz, de repente me sorprendo llorando según cierro la puerta del baño, riéndome de mí y queriendo escupir al espejo. Y así continuamente. Siempre la misma historia, siempre la misma mierda.

      Pero yo no quiero esto. Quiero aprender a olvidarme de todo, a no pensar en lo que pueda pasar. Quiero que me dejen de importar las circunstancias y las consecuencias. Aprender a disfrutar. Aprender a ser feliz. Aprender a ser valiente. Aprender a querer, a quererme; a no perderme.

      Quiero dejar de pensar en la caída, deshacerme de ella. Que no exista. Ni malas rachas ni malos ratos, ser dueña de mí misma y de mi camino. Saber qué quiero, saber cómo lograrlo. Y conseguirlo. Tener objetivos. Estudiar una carrera y conseguir un buen trabajo que me guste, viajar por todo el mundo y recorrer Italia, vivir feliz en una casa con vistas al mar, regalarle a mi madre el cielo, tener hijos y dejarme la puta vida por ellos.

      ¿Lo entiendes? Quiero disfrutar de la vida con sus mierdas y sus grandezas. Demostrar al mundo que puedo conseguir lo que me proponga. No arrepentirme de no haber hecho cosas, equivocarme y corregir mis errores, andar por el mundo con mi música en los cascos sonriendo a la gente.

      ¿Sabes? Lo he pensado mejor. Quizá no soy una montaña rusa, no. Más bien soy una noria. Dando vueltas, subiendo y bajando, pero llegando siempre al mismo punto, y vuelta a empezar. Prometiéndome ser feliz y pasar del mundo, estando bien un tiempo y encontrarme otra vez aquí escribiendo para sacar todo de dentro. Y vuelta a empezar. Escribiendo sin ningún motivo, sin ninguna razón. Ni para mí ni para nadie, por mí, para volver a prometerme que voy a ser feliz y convencerme de que esta vez va a ser diferente y cuando vuelva aquí a escribir, será porque no me quepa tanta alegría dentro. Escribirlo porque necesito soltarlo, sin avisar a nadie ni esperar que nadie lo lea, pero dejándolo aquí grabado.

      Sí, definitivamente, soy como una noria. Pero eso se ha acabado. Subidas y bajadas, sí, pero ni un 'siempre va a ser todo igual' más. Ni uno.


Esa que sonríe hasta cuando puede.

          Yo soy esa niña que se pasa la vida haciendo tonterías. Soy esa que no se calla ni debajo del agua, que gira la cabeza cuando no entiende algo y siempre se sienta con las piernas dobladas. Soy esa que se pasa la vida con las manos escondidas en las sudaderas y canta a gritos sin venir a cuento. Soy esa que siempre busca respuestas, a la que le dan pánico las arañas y grita si se le acerca una avispa; esa subnormal a la que le asustan los payasos y le tiemblan las rodillas siempre que está asustada. Soy esa que se tapa la tripa con las manos cuando está en bikini y no soporta llevar las uñas largas, porque se araña ella sola. Soy esa que sueña con una bonita historia de amor, pero tiene demasiado miedo como para dejarse llevar. Soy esa que siempre cree que le salen los exámenes mal, pero luego saca buenas notas. Soy esa que odia que la miren, por si la gente se da cuenta de sus defectos. Soy esa que no puede evitar reírse cuando hay una pelea o alguien llora, aunque no lo hago porque le haga gracia; esa que no sabe vivir sin dulce y odia el frío. Soy esa chica que tiene más complejos que pelos en la cabeza, y siempre tiene las manos frías. Soy esa loca que odia que la ignoren, pero no soporta que la agobien. Soy esa que lleva las uñas pintadas de colores chillones y el pelo siempre suelto; esa que no tiene ni pizca de coordinación y es un pato en cualquier deporte. Soy esa que necesita abrazarse a algo cuando ve una película de miedo, y siempre lleva cacao en el bolsillo del abrigo porque odia que se le corten los labios. Soy esa que nunca sabe decidirse y ama hacer trenzas a la gente. Soy esa que no sabe decir lo que siente, ama a los animales y odia las persianas bajadas. Soy esa a la que no le gusta que escuchen su música y un bebé le parece lo más bonito del mundo. Soy esa que se piensa todo demasiado, odia las cosquillas en los pies y no soporta no ir depilada. Soy esa que no es como los demás, y lo odia. 


          Soy esa que ve como todo el mundo avanza mientras ella sigue plantada en el mismo sitio sin poder hacer nada, esa que sabe que no es suficiente para nadie y siente que nunca va a serlo, esa que se compara con todo el mundo. Soy esa que parece estar feliz y luego se encierra en el baño a llorar sin saber siquiera por qué y nunca se lo cuenta a nadie. Soy esa que odia los porros y que le echen el humo de cigarros en la cara, esa que cambia de tema como quien no quiere la cosa cuando se siente incómoda. Soy esa que estudia siempre diciendo las cosas en voz alta, y se dedica a poner muecas al espejo. Soy esa que tiene miedo de querer porque le aterroriza que se rían de ella, que se den cuenta de lo patética que es. Soy esa que se sabe todas las canciones de la radio y ama las películas Disney. Soy esa que siempre se considera menos que todo el mundo. Soy esa que mantiene sus sueños desde pequeña y sabe que tarde o temprano se van a cumplir; esa que odia que le digan '¿y cómo vas a hacer eso? ¿De verdad crees que puedes?'. Soy esa cabezota que jamás da su brazo a torcer, esa que se pasa la vida pidiendo perdón y tiene miedo de cansar a la gente. Soy esa que está deseando ir a la playa, recorrer Italia y tener un vestidor lleno de ropa y zapatos. Soy esa que escribe simplemente porque tiene ganas, odia la lluvia y el viento. Soy esa que adora leer tirada en la cama y desayunar tortitas. Soy esa que se repite más que las cebollas. Soy esa que se pone roja por cualquier tontería y retuerce la lengua cuando algo le sienta mal o se enfada. Soy esa que nada en las piscinas como si fuera una sirena, casi nunca se maquilla y tiene miedo a enamorarse. Soy esa a la que puede la vergüenza, es demasiado organizada y exageradamente perfeccionista. Soy esa que habla con su perro y le dice siempre lo guapo que es. Soy tantas cosas, y tan pocas a la vez. Aunque, la verdad, quizá ni siquiera sé quién soy. Soy esa chica que está escribiendo esto ahora mismo, sin ninguna razón en particular.



Nuestra historia.

     Fue tu culpa, tú entraste en mi vida. ¿Y yo que hice? Abrirte la puerta de par en par. ¿Por qué? Quién sabe, quizá desde el principio supe que ibas a ser importante. Lo que no me imaginaba era hasta qué punto. Conversaciones de horas y horas, sin razones, sin sentido. Hablar de todo y de nada. Contarnos nuestras vidas, ir conociéndonos mejor. Llegué a pensar que si me pasara algo, serías el único que daría la cara por mí. No podía pasar ni un día sin hablar contigo. Eras el único en que de verdad confiaba cuando estaba triste, el primero en quién pensaba cuando me pasaba algo increíble que quería contar, a quien quería preguntar las cosas cuando no entendía algo. 

     Poquito a poco, sin saber por qué, te fui necesitando. Te iba buscando entre la gente. Me ponía roja si te veía. Soñaba contigo. Me imaginaba a tu lado. Y sin darme cuenta, me acabaste gustando. Sabía que era imposible. Sabía que no era suficiente para ti. Sabía que era absurdo. Pero no podía sacarte de mi cabeza. Y pasaba el tiempo. Y ya no hablábamos tanto. ¿Qué nos está pasando? No lo entendía. Éramos amigos. Quizá te cansaste de hablar conmigo. Te hablaba de vez en cuando, pero sentía que molestaba. Y dejamos de tener esas conversaciones de horas y horas. Y empecé a intentar dejar de pensar en ti. Y lo conseguí.

     Volvimos a hablar. Todo parecía ser más o menos normal. Incluso era mejor, porque ya no dependía de ti, ya no te necesitaba, porque ya no me gustabas. O eso creía. Y entonces dejaste caer que querías algo. ¿Y yo qué hice? Decir que no. Me lo planteé. Lo pensé mucho. Muchísimo. Pero no podía. ¿Qué iba a hacer? No podía. ¿Y qué pasó? Que me arrepentí. Me arrepentí en ese preciso momento en que te vi con otra. Me puse celosa. Pensé que esa podía ser yo. Pero me quité esa idea de la cabeza. Volví a convencerme de que no me gustabas.


     Ya no hablábamos. Todo normal. Pero volviste otra vez. Sin más. No tenía sentido. Tonta de mí, pensé que no sería ningún problema. Y quedamos. Y me intentaste besar. Y no te dejé. Y me dijiste mil veces que me querías, y yo te repetí mil veces que no te creía. Y me rompiste todos los esquemas. ¿Qué hice? Dejarte hacer. Te juro que me sentí en las nubes andando cogida de tu mano. Era de noche. Hacía frío. Pero no me importaba nada. Nada más. Era feliz. Muy feliz. Todo lo que me había imaginado durante tanto tiempo se estaba cumpliendo. Llegué a casa pensando en ti, en esa tarde. ¿Y qué me encuentro? Un mensaje tuyo diciéndome que si sabía qué día era hoy. Si me quedaba alguna duda de si estábamos juntos, ahí se confirmó. Estaba en las nubes, de verdad.

     Y el sueño seguía. Tú me decías 'te quiero', yo contestaba 'no'. Tú te enfadabas, porque yo no te creía. Pero es que sabía que no me querías. El problema es que fui tan tonta de llegar a creerte. Y, por supuesto, de quererte más que a mi puta vida. Las tardes en el parque. Tus besos en el cuello. Tus abrazos. Tu sonrisa. Tus besos. Tu olor. Las canciones de Melendi de fondo. Pero el sueño fue acabando. Sabía que te estabas cansando de mí, ya no hablábamos, casi no nos veíamos. Y hacía como que no me importaba. No quería hablarte yo, por si te molestaba. Y entonces me di cuenta: estaba esperando el momento en que me dijeras que no querías seguir. Y pasó, claro que pasó. Era cuestión de tiempo. Y el sueño terminó del todo.


     Pero, ¿sabes qué? No me arrepiento. No, de quererte, no. De lo que me arrepiento es de no haberte querido bien. De no haberte demostrado lo mucho que me importabas. De haberme dejado llevar por la vergüenza y las inseguridades.

     No me imaginaba mi vida sin ti, pero tuve que hacerme a la idea, porque ya no estabas. Y así lo hice. Me costó un mundo dejar de quererte. No te haces una idea de cuánto. Te echaba de menos a cada minuto, lloraba cada dos por tres pensando en ti, me dolía verte, no soportaba pensar que te gustaba otra. Es más, si en algún momento me convencí de que de verdad me quisiste, cuando leí todo lo que escribías de esa que te gustaba, se me cayó el mundo encima. ¿Por qué le dice estas cosas? ¿Por qué a mí jamás me ha hablado así? ¿Cómo puede ser que parezca que la quiere más a ella de lo que me ha querido a mí en todo este tiempo? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Todo. Cualquiera tiene todo lo que yo no tengo.

     Tuve que hacerme a la idea. Tuve que dejar de quererte. Tuve que dejar de ponerme celosa. Y costó. Pero entonces empecé a echarte de menos de otra forma. Echaba de menos el principio de nuestra historia, cunado éramos amigos sin más, sin preocupaciones, sin complicaciones. Cuando hablábamos durante horas y no había momentos incómodos, ni miedo de decir algo que tenga doble sentido. Y quiero volver a eso. Y lo intento. Pero es tontería. Ya no es lo mismo, me siento tremendamente pesada si te hablo, sé que no quieres hablar, te noto borde. Es todo muy incómodo, y no me gusta.

     Ya no te quiero. Te veo y siento cosas, pero no lo mismo de antes. Sigue pareciéndome que tu olor es adictivo. Y cada día te veo más guapo. Pero no es lo mismo. No. Y eso es lo que creo siempre, menos cuando me deprimo. Hay momentos en los que me encantaría que volvieras, hacer las cosas mejor, que fuéramos la segunda parte más bonita de la historia. Luego se me pasa, y me vuelvo a convencer de que no siento nada por ti. Y es que quizá para ti no significó nada, quizá ni siquiera te importé, puede que fuera un capricho, o simple curiosidad. Pero para mí lo fue todo.

     Pero me jode muchísimo que haya momentos en los que te necesito. Y pensar que con todo el tiempo que ha pasado, sigo siendo igual de tonta. Sigo sin imaginarme con nadie que no sea tú. Sigo pensando en ti cuando leo cosas de amor. ¿Qué me pasa? No lo sé. Quizá es eso que dicen de que el primer amor nunca se olvida, que siempre queda algo. Pero me da igual. No tiene sentido que escriba esto, pero necesitaba soltarlo porque me niego a hablar de esto con nadie. Se acabó toda esa mierda.


Te propongo un juego.


      Juguemos a ver una película abrazados. Juguemos a matarnos a cosquillas. Juguemos a comernos a besos. Juguemos a que te aprendes todos mis lunares. Juguemos a que nos despertamos en la misma cama. Juguemos a enfadarnos y luego besarnos. Juguemos a ser felices. Juguemos a querernos. Sólo hay una regla: el primero que olvide al otro, pierde. Así que, ¿qué te parece si jugamos a no perder, a no perdernos? 



Soñando imposibles, de esos a tu lado.

    ¿Sabes lo que quiero? Quiero verte todos los días, quiero que me quieras. Quiero que me vayas a buscar a la parada y me digas que si me voy contigo al instituto, que me secuestres a la salida y me lleves hasta casa. Quiero que me cojas de la mano cuando voy andando y me plantes un beso. Quiero que me mires hasta que te mire y me sonrías para ver cómo me pongo roja. Quiero que planees ver una película tapados con una manta y comiendo helado. Quiero que me llames simplemente porque tienes ganas de hablar conmigo; que me mandes un mensaje de buenas noches. Que no puedas evitar echarme de menos. Que me quieras tal y como soy. Quiero que me esperes en el sitio de siempre, apoyado donde siempre y sonriendo, hasta que no puedas evitar abrazarme. Quiero que me abraces por detrás y me beses en la mejilla. Que me des la mano mientras andamos. Que me pongas celosa y termines diciendo 'anda, tonta, si sabes que sólo te quiero a ti'. Quiero que me cuentes hasta el detalle más tonto. Que te rías de mis tonterías, que me imites y me piques. Que juguemos a pegarnos; que nos matemos a cosquillas en tu cama, en el sofá, en el parque, andando por la calle, en cualquier parte. Quiero que no puedas evitar pensar en mí cuando escuches canciones de amor. Que pienses en mí tanto como yo pienso en ti. Que me dejes un comentario quilométrico diciéndome cosas que no sea capaz de imaginar que sientes. Quiero que me mandes canciones chorras, que me enseñes vídeos estúpidos, que me cuentes chistes que no tengan gracia. Que me lleves a algún sitio sin decirme dónde y digas que vamos a hacernos fotos. Que me des sorpresas. Quiero que planees cómo sería vivir juntos, y cuántos hijos tendríamos. Quiero que me cuentes cómo las tías intentan ligar contigo, y me digas que no me cambiarías por ninguna. Que vayamos al cine a ver una película de miedo y te rías de lo mal que lo paso. Que rompas cabezas por mí, pero me dejes solucionar mis problemas sola. Quiero que te pongas celoso, y que me beses para marcar territorio. Que me veas llegar a una fiesta con tacones y me mires de arriba abajo, que me levantes por los aires, que me digas que al fin estoy a tu altura. Que intentes buscarme las cosquillas. Que entiendas mis enfados. Que te hagas en indignado y termines besándome cuando veas que me pongo triste. Quiero que te des cuenta de cuando estoy mal y no me preguntes, sino que te dediques a hacer tonterías hasta que se me olvide todo. Que me cuentes tus problemas. Quiero que no te importen mis complejos, miedos e inseguridades; que no te importe esperar. Quiero que te guste que sea una cría. Quiero que me montes encerronas para llevarme con tus amigos, aunque sepas que paso mucha vergüenza. Que me agarres por el instituto para darme un beso simplemente porque me echas de menos y quieres pasar el recreo conmigo.


Quiero que me quieras y me hagas feliz. Quiero echarte de menos porque no te veo, y no porque no te tengo.



'Olvidarme de olvidarte se me da muy bien.'

  Para él sólo eres una más. Para ti sólo existe él. Y ese es el problema. Pero, como dicen, es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca. Aunque queden recuerdos, y esos recuerdos duelan. ¿Recuerdos de qué? De cada momento, cada risa, cada beso, cada tontería, cada abrazo, cada sonrisa. Aunque eches de menos todos y cada uno de esos momentos. ¿Para qué mentir? Te echo de menos. Mucho. Echo de menos que me digas que me quieres, que me abraces, contarte tonterías y que me mires como si estuviera loca, que te enfades, que me enfades y después me beses, que me llames sólo porque me echas de menos, que te rías de mis divagaciones, que te metas con mi vergüenza. ¿Para qué te voy a mentir? Te sigo queriendo. 'En realidad no tengo argumentos lógicos, ni siquiera improvisados. Sólo sé que te quiero'. Y sigo pensando en ti las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Sigo buscándote entre la gente. Me sigue encantando verte sonreír. Sigo soñando contigo. Sí, sigo siendo la misma niña tonta ilusionada con cosas imposibles. 'Sigo siendo la misma idiota que te quería, que todavía espera verte sonreír, que todavía espera verse junto a ti'. No sé por qué, si sé que es completamente imposible que me quieras, pero soy así de tonta. Es una especie de 'ni contigo, ni sin ti' raro.



   Aunque hay algo que sí ha cambiado, ¿sabes? Ya no duele no tenerte. Ya no. No sé explicar por qué, supongo que simplemente estoy pasando página poco a poco; pero pasar página, técnicamente, implica dejar de quererte, ¿no? Pues eso no pasa. Es más, juraría que te voy queriendo cada día un poco más. Sin embargo, últimamente echo de menos otras cosas como, por ejemplo, como era todo antes. Cuando hablábamos durante horas. Echo de menos aburrirte con mil tonterías y escuchar cualquier cosa que quisieras decirme. Ayudarte en lo que sea, y pedirte consejo para todo. Confiar en ti; aunque eso es algo que no he dejado ni dejaré de hacer nunca. Pero bueno, qué se le va a hacer.

  Así que bueno, eso es todo. En realidad, creo que no he dicho nada nuevo, pero en fin. Está bien soltar las cosas, escribirlas y quedarse a gusto. Aunque no escribo esto con intención de que lo leas, ni mucho menos. Es más, si pienso que hay alguna posibilidad de que lo puedas leer, me planteo borrarlo todo. No quiero que sientas lástima por mí, ni mucho menos hacerte sentir incómodo o culpable. Ni de coña.

  Y bueno, ahora sí, una última cosa: prefiero mil veces conformarme con ser tu amiga, a perderte para siempre. Pero, ¿sabes? La vida sigue y, sinceramente, prefiero intentar vivirla siendo feliz. Ya sea contigo o sin ti.



El problema es que te quiero.

«No tienes que responder nada. Sólo quería decirte lo mucho que te quiero. Gracias por la sonrisa estúpida que me haces poner cada vez que te veo. Gracias por hacerme feliz sólo con ser como eres.»


Siento no ser perfecta. Siento no ser lo que quieres que sea, ni tan siquiera algo parecido. Siento ser tan complicada, tan diferente, tan rara. Siento ser como soy. Siento no quererte como es debido, como quieres que te quiera, como quieren los demás. Lo que sí te puedo asegurar es que te quiero. A mí manera, sí, que ni se acerca a ser la mejor, pero bueno.

¿Que por qué sé que te quiero? Porque me paso veinticuatro horas al día, siete días a la semana, pensando en ti. Porque me acuerdo de cada puto momento que he pasado a tu lado, de cada conversación que hemos tenido, de cada sonrisa, cada gilipollez. Porque no soy capaz de enfadarme contigo, y si lo hago, según me sonríes se me pasa todo. Porque a pesar de todo y de todos, sé que si me abrazas puedo llegar a ser feliz.

Sé que no me entiendes, que quizá ni siquiera me soportas, y puede que haga ya mucho tiempo que te cansaste de mí. Quizá simplemente eres tan cabezota que no te haces a la idea de no conseguir lo que quieres. Sé que tengo mil dudas, que me paso el día comiéndome la cabeza, que he llorado mil veces sin que tú te enteraras. Sé que no soy más que una cría, y que eso sólo hace todo más difícil. Sé que te aburro. Y también sé que en realidad todo es una puta mierda. Y duele. Bastante. Y es patético. 

Aunque lo patético de todo esto, es que yo esté loca por ti, mientras que tú, en cuanto te canses demasiado y encuentres a otra, te olvidarás de que existo.


«Apareciste así, de repente, y desde entonces todo ha cambiado. Que son ya muchos meses haciéndome sonreír, que sí, que también lloro y tengo miedo, porque tenerte conlleva perderte, pero la felicidad que me provocas compensa todo eso y más. 

Me importa el aquí, y el ahora. ¿Tu pasado? Me da igual, ¿tu futuro? Ojalá sea conmigo. 

No miento si te digo que mi único propósito es hacerte feliz, quererte como nunca he querido a nadie, y quizás, tal vez, algún día consiga que tu me quieras de la misma manera.

Te quiere, tu chica.»






Repíteme otra vez: una eternidad de noches por enloquecer. Pez en esa red, muriendo de sed. Tu mirada al tiempo lo ha podido detener.
  
Yo sólo con ver no sé comprender, dime melodías para que pueda entender. No sé cómo hacer para que de mi lado tú nunca te vallas, y teniéndote en mi vida, para todo tengo agallas.

Reviví para ti. Paré, pero seguí. Yo nunca me rendí. Do, re, fa, sol, la, si. My baby girl, ese vacile era de mí. Y ahora no hay nada que no pueda conseguir. Y lo difícil cuando lo consigues es el mantenerlo, y cada día enamorarte y mantener el fuego eterno.

Eres como el cielo, no te vuelvas el infierno, porque todo lo que hago por ti es amor que llevo dentro.

Por no retroceder, vi como debe ser y lo importante que es el perdonarse. Juntos aprendimos a entendernos, a ver todo el odio del que debemos desprendernos.

Por más que el mundo está podrido, por más que todos miran a su ombligo, puedo mirarte a los ojos mientras te digo 'no sé que haría en mi vida si no estás conmigo'.

My baby girl, sé que saber pero no sé qué más crees que te puedo decir. My baby girl, sé que puedes sentir que no habrá nada que esto pueda destruir.

Me haces volar alto como el cielo, entre tantos besos y caricias por el pelo. Más de mil noches me he pasado mirando al techo como un lelo. A tu lado yo camino sin tocar el suelo.

Si te pienso, me muero. Me llamas, me congelo. Ardo si rozas mi piel y si te vas, me quemo. No tengo freno, tu sonrisa mortal como un veneno. Escupo fuego de queroseno.

Dulce como el aroma del tricoma machadado, eres el primer mordisco del mejor helado. Eres agua en el desierto, el sol que me ha calentado, caramelo, chocolate, la espuma del cola-cao. Eres ansia de la libertad en un mundo de caos. Eres guerras en mi corazón, como en Vietnam y Laos. Cuando te tengo a mi lado, el tiempo queda congelado, tu mirada me mantiene hipnotizado. Me dejaste K.O.

Por no retroceder, vi como debe ser y lo importante que es el perdonarse. Juntos aprendimos a entendernos, a ver todo el odio del que debemos desprendernos.

Por más que el mundo está podrido, por más que todos miran a su ombligo, puedo mirarte a los ojos mientras te digo 'no sé que haría en mi vida si no estás conmigo'.

My baby girl, sé que saber pero no sé qué más crees que te puedo decir. My baby girl, sé que puedes sentir que no habrá nada que esto pueda destruir.

Swan Fyahbwoy.



El teatro de la vida.

La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos.

¡Hey, hey, sonríe! Mas no te escondas detrás de esa sonrisa... Muestra aquello que eres, sin miedo. Existen personas que sueñan con tu sonrisa, así como yo. ¡Vive! ¡Intenta! La vida no pasa de una tentativa. ¡Ama! Ama por encima de todo, ama a todo y a todos. No cierres los ojos a la suciedad del mundo, no ignores el hambre. Olvida la bomba, pero antes haz algo para combatirla, aunque no te sientas capaz.

¡Busca! Busca lo que hay de bueno en todo y todos. No hagas de los defectos una distancia, y sí una aproximación. Acepta la vida, las personas, haz de ellas tu razón de vivir. ¡Entiende! Entiende a las personas que piensan diferente a ti, no las repruebes.

¡Eh! Mira. Mira a tu espalda, cuantos amigos... ¿Ya hiciste a alguien feliz hoy? ¿O hiciste sufrir a alguien con tu egoísmo? ¡Eh! No corras. ¿Para qué tanta prisa? Corre apenas dentro tuyo. ¡Sueña! Pero no perjudiques a nadie y no transformes tu sueño en fuga. ¡Cree! ¡Espera! Siempre habrá una salida, siempre brillará una estrella. ¡Llora! ¡Lucha! Haz aquello que te gusta, siente lo que hay dentro de ti. Oye, escucha lo que las otras personas tienen que decir, es importante. 

¡Sube! Haz de los obstáculos escalones para aquello que quieres alcanzar, mas no te olvides de aquellos que no consiguieron subir en la escalera de la vida. ¡Descubre! Descubre aquello que es bueno dentro tuyo. Procura por encima de todo ser gente, yo también voy a intentar. ¡Hey, tú! Ahora ve en paz. Yo preciso decirte que te adoro, simplemente porque existes.

El teatro de la vida. C.Chaplin. {Adaptado}

Tienes razones para sonreír.


Es duro ver como han cambiado las cosas. El darte cuenta de que lo que antes esta tu día a día, ahora es lo que echas de menos. Personas,   con   sus  más  y  sus menos,   pero  a  las  que 
querías, pasan a un segundo plano. Gente en la que confiabas te decepciona y, por así decirlo, traiciona. Todos avanzan sin miedo, y tú tienes pánico a todo lo nuevo. Ellos están seguros de las cosas, mientras que tú no eres capaz de decidir ni tu color favorito. Al parecer, tu forma de pensar no es la que tiene el resto del mundo, y hay veces que no entiendes nada. La verdad es que todo es muy complicado. 

Y, para colmo, a todas las cosas que te deprimen ahora se les suman todas aquellas que llevas arrastrando desde hace mucho tiempo. Heridas sin curar. Cuando piensas que has superado algo, otra cosa te deprime y todo lo que en realidad nunca superaste completamente, sólo conseguiste olvidarlo y apartarlo de tu mente, te derrumba. Pero, aunque todo sea complicado, nunca tengas nada claro y puedas pasarte horas llorando, sonríes. 

Sonríes para que nadie te pregunte '¿qué te pasa?' porque prefieres no hablar de ciertas cosas. Sonríes porque, de alguna manera, eres fuerte y tienes que demostrártelo a ti mismo. Sonríes porque sabes que, a pesar de todo, tienes razones para hacerlo.


Sólo son bajones, o eso me gusta creer.

Es esa sensación de no tener ganas de nada. Es ese nudo en la garganta. Son esas lágrimas que acechan. Es sentirte idiota, como si fueras una niña pequeña que llora porque se le ha caído su peluche. Es querer estar sola, para que nadie vea como te derrumbas. Es sentir que no eres fuerte, y que nunca lo has sido, aunque hayas pasado por todo sola. ¿Y por qué? Quizá porque no te dejas ayudar, a lo mejor es tu problema. No lo sabes y tampoco quieres saberlo. Simplemente tienes miedo. Miedo a que te fallen, a que te hagan daño, a que te engañen, como siempre. Miedo a perder a quien quieres. Miedo a estropearlo todo. ¿Y por qué? Porque piensas que no eres suficiente, que no vales una mierda, que nadie puede quererte.

Tienes mil complejos, quizá para los demás sean tonterías, pero tú te miras al espejo y te das asco. Tienes mil inseguridades, basadas en los putos complejos. Y tienes mil lágrimas acumuladas. No dejas que nadie te vea llorar, para no sentirte vulnerable. No hablas con nadie, porque nunca llegas a confiar de verdad en alguien. Tienes twitter. Y aun así cada vez que te da un bajón y te desahogas, sientes que todo el mundo está pensando que vas de víctima, que es mentira, que eres subnormal. Y quizá sea así, pero ya te da igual.

Es miedo e inseguridad. Y es una putada. No te ves capaz de hacer nada bien, de que nadie te quiera de verdad. Y es que cuando parece que todo va bien, que eres feliz, que te sientes bien, pasa algo y se jode todo. Y otra vez la misma historia de siempre. Intentas convencerte a ti misma de que no pasa nada, te distraes tú sola, para no pensar en lo que te hace llorar.

Te apoyas en algunas personas que te hacen sentir bien, como si te quisieran de verdad. Quizá incluso sea cierto, pero no te lo crees. Y aun así, intentas creértelo, porque sientes bien cuando te abrazan, te hacen sonreír cuando estás triste y parece que te quieres. Aunque luego llegue alguien y lo joda todo, intentas hacer como que todo te resbala y a veces parece que lo consigues.





La música.

Me han enseñado más las letras de las canciones que mil profesores juntos. Eso es así, tan cierto cómo que el cielo es azul y el agua transparente. Es todo cuestión de música, ella tiene la culpa. No esa música que se aprende en el colegio y se estudia. No, yo me refiero a la música que se siente, que te entiende, que te hace llorar y sonreír, que te eriza la piel y te produce escalofríos. 

Pero ¿qué es la música? La música es, según dice la Real Academia Española, el arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre o tristemente. En cambio, la música, para mí, es una forma de vida.

La reproducción aleatoria es capaz de llegar en el momento justo, y decir las palabras precisas. La música llega, va sonando y pasa, pero, curiosamente, parece que algunas canciones se ponen a posta, como si supieran lo que está pasando, lo que piensas.

La música es aquella que te acompaña donde vas, esa que jamás te deja solo. La música es la banda sonora, con una canción adecuada para cada momento. Es aquella que suena al compás de los latidos de tu corazón, que acompaña a tus lágrimas mientras se deslizan por tus mejillas. Es aquella que combina perfectamente con el sonido de tu risa.

Sentir la música es tener la capacidad de evadirte del mundo, de pensar en cada sonido, en cada palabra, y olvidarte por un momento de todo, mientras en tu cabeza las ideas retumban al compás de una canción.



Make my wishes come true.






« Buenos días, princesa. He soñado toda la noche contigo. Íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa que te gusta tanto. Sólo pienso en ti, princesa. Pienso siempre en ti. Y ahora... »


Buenos días, buenas tardes, buenas noches quiero darte. Contarte cómo me ha ido en el trabajo y aburrirte. Cenar viendo una peli, sin rencores por besarte, y hacerte luego el amor tantas veces cómo aguante. 

Firmarnos de alegría sin papeles de por medio. Discutir seguidamente y encontrar siempre remedio. Mirarnos a los ojos, cada uno es un extremo: el mar y el cielo, convirtiendo el mundo en nuestro.

Despellejar toda tu ropa, mi objetivo: tu desnudo; y bromear mordiéndote en la mejilla del culo. Observarte a mi lado y examinar todas tus curvas. Seguidamente el saboreo de toda tu carne cruda. 

Sin dudar mis sentimientos, querernos hasta ancianos. Saciarnos con placeres despacito y con amor. Con esfuerzo incomparable, sin parar y sin cansarnos. Las sábanas son olas movidas por Poseidón.

Llevarte al cine los domingos, recorrer España en moto, tener que levantarme pronto y reparar los cuadros rotos. Un beso nuestro es un regalo entre nosotros, y privado. Me encanta decirte esta frase, y es que: estoy enamorado.

Cada día te echo en falta entre las sábanas y almohadas. Das razones a mi vida y sin ti ya no encuentro nada. He llorado por nosotros, aunque tú no me hayas visto. Tantas lágrimas perdidas entre polvo de mi piso.

Lo que Dios quiso, que no lo separe el hombre. Quiero volver a discutir, tener un hijo igual en nombre. Sólo quiero ser feliz y que lo seas junto a mí. Pedirte un día en matrimonio y sin dudar, digas que sí. Eres mi musa, mi cuestión, mi razón y ¿qué soy yo? Comparable con mi vida... no sé vivir sin corazón.

¿La razón de ésta canción? Ni la encuentro, ni la busco. Sin intención de reconquista veinte mares los que surco, cómo meses a tu lado más pecados que interfieren. Siento haber sido un humano al que las situaciones hieren. 
  
Me desvivo por tu aliento en la nuca, o en mi boca. Despellejando tantas rosas y dejar la flora rota. 

La fauna hambrienta, el hambre tienta, inspírame cuándo la mente esté sedienta. Pero los días alientan, contentan al esclavo que no escarmienta y sigue queriendo un buen bocado.

Te echo de menos, princesa. 





Cómo dice el refrán: 'a lo hecho, pecho'.

    « En la vida hay veces que nos equivocamos. Que tomamos decisiones que después de un tiempo, nos arrepentimos de haber tomado, pero ya no podemos volver atrás. Hay veces que nos arriesgamos y perdemos, pero si no hubiésemos arriesgado ¿habríamos tenido alguna posibilidad de ganar?

    Hay que asumir nuestros errores y ponernos firmes. Aceptar que nos hemos equivocado, pero no intentar evadirnos de la situación. Hay que decir: 'sí, lo he hecho, ¿y qué?'. Ahí podríamos usar eso de: 'a lo hecho, pecho'. Que es como decir: de lo que hayas hecho, saca provecho, sin esconder la cabeza como si fueses una avestruz, sino aguantando la lluvia de críticas que caiga por tus decisiones.
  
   Y, cómo rectificar es de sabios, ya intentaréis arreglar las cosas, pero sin avergonzarte nunca ni arrepentirte de las acciones pasadas. En la vida hay que ir siempre con la cabeza bien alta. »                                                                                               Adaptado de expresiones españolas para Erasmus en apuros.

No me arrepiento de nada, o por lo menos, intento no hacerlo. ¿Para qué sirve? Para nada. Lo hecho, hecho está y no puedes hacer nada para cambiarlo. Tienes dos opciones: pasarte la vida pensando en los errores que has cometido, o aceptarlos e intentar no cometerlos más.

Lo mejor que puedes hacer siempre, es mirar el lado positivo de las cosas, aunque te parezca que no lo tenga. Hay que seguir adelante, y como dice otro refrán: 'al mal tiempo, buena cara'. Debemos afrontar cada situación de la vida de la mejor forma que podamos. Hay que sonreír y disfrutar. Y sí, puede resultar difícil.


A veces te sientes solo, a veces piensas que no merece la pena seguir luchando por ser feliz, a veces te limitas simplemente a sobrevivir. Pero, ¿sobrevivir? ¡Venga ya! ¿Para que estás en el mundo, para ser un amargado? ¡Vive, coño! Aprovecha cada momento, disfruta de cada tontería, aprecia hasta el más mínimo detalle. Sonríe por todo, pero sonríe de verdad, no intentes engañar a nadie. 

Piensa que todo pasa por alguna razón. ¿Karma? Quizá. ¿Dios? Puede. ¿Destino? También es una opción. Llámalo cómo quieras, pero se consciente de que cada decisión, por minúscula que sea, puede tener mil consecuencias. Y lo que ahora te parece el fin del mundo, a lo mejor el día de mañana te parece una tontería. 

Resumiendo esta entrada tan extraña, que no tiene sentido alguno y no se parece en nada a las que suelo colgar, quiero deciros que viváis la vida, que no os deprimáis por una tontería, ni os centréis en las cosas malas. Si la vida son dos días, y estamos por el segundo, habrá que aprovecharlo.

Y bueno, por último, me gustaría deciros a todos los que leéis mi blog —que no creo que seáis muchos, si es que hay alguien que lo hace— que no deis nada por perdido, no os deis nunca por vencidos. 
La vida da muchas vueltas y nos sorprende demasiado. Tanto para bien, cómo para mal. Tenéis que aprender a afrontar las dos caras de la moneda y sacarlas provecho. Pararos a pensar algunas decisiones y tomar otras sin miedo de equivocaros. Equivocarse es bueno, significa aprender. 

  ¿Qué te caes mil veces? Pues te levantas mil y una. Demuestra que eres fuerte, que puedes soportarlo todo y seguir siendo feliz. Demuestra que merece la pena vivir. Vivir con los que te quieren, vivir cómo tú quieres.

Y, cómo dice el refrán: 'a lo hecho, pecho'.  

Cuando sabes que es siempre.


Cuando siempre te hacen sonreír, por muy triste que estés. Cuando siempre que os peleáis, todo termina en risas. Cuando cada anécdota es diferente. cuando cada recuerdo es único. Cuando cada sonrisa, cada abrazo, cada lágrima queda entre vosotros. Cuando conoces sus mil virtudes y defectos, y para ti siguen siendo perfectos. Cuando aprecias cada detalle. Cuando no les cambiarías por nada ni nadie, y darías lo que fuera por ellos. Cuando tienes la sensación de que lo que os une es para siempre. 

Cuando sabes que es siempre, y quieres que dure aún más que eso.


El miedo.

El miedo es como la familia, que todo el mundo tiene una. Pero aunque se parezca, los miedos son tan personales y tan diferentes como pueden serlo todas las familias del mundo. Hay miedo tan simples como desnudarse ante un extraño. Miedos con los que uno aprende a ir conviviendo. Hay miedos echos de inseguridades, miedo a quedarnos atrás. Miedo a no ser lo que soñamos, a no dar la talla. Miedo a que nadie entienda lo que queremos ser. Hay miedos que nos va dejando la conciencia: el miedo a ser culpable de lo que le pasa a los demás. Y también el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos llegar, a lo desconocido; como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca.

Hoy he escuchado a un señor encantador que decía que la felicidad es la ausencia del miedo. Entonces me he dado cuenta de que últimamente yo ya no tengo miedo. Pero es malo tener miedo, lo malo es dejar que el miedo domine tu vida, porque entonces no tendrás vida, sólo miedo. Librarse del miedo a veces cuesta pero cuando empiezas lo único que tienes que hacer es seguir, sin dudar. De repente te das cuenta de que el miedo ya no te pertenece, ha desaparecido.

Adaptado de:



La felicidad.

Nos empeñamos en buscar la felicidad cada día y no nos damos cuenta de que es ella quien tiene que encontrarnos, y eso será donde menos te lo esperas, en el instituto, en el supermercado, en mitad de una huida. Y cuando llega descubres que ahí no acaba todo, que el final de un camino solo es el principio de otro, y lo único importante es la persona que escojas para que camine a tu lado.
Te importa es que estás tocando con la yema de los dedos eso que has estado soñando toda tu vida y ya solo importa el hoy, el presente y lo que queda por venir.

Adaptado de:





Imposible o improbable.

La Real Academia define la palabra 'imposible' como algo que no tiene facultad ni medios para llegar a ser o suceder; y define improbable como algo inverosímil, que no se funda en una razón prudente. Puestos a escoger, a mí me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad. La improbabilidad duele menos, y deja un resquicio a la esperanza. 

El amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente. Por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino de amores improbables; porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar. Y mientras haya una posibilidad, o media posibilidad entre mil millones de que pasa, vale la pena intentarlo.

Adaptación de: 



Nadie dijo que vivir fuera fácil.




A veces cuesta sonreír. A veces sientes que no merece la pena seguir luchando por ser feliz. A veces te ahoga la impotencia y piensas que no merece la pena continuar.

Entonces, después de cansarte de llorar, te das cuenta de que tienes que seguir adelante; que en esta vida todo son errores y pruebas. Por muchas veces que te caigas, debes levantarte, aunque tenas que hacerlo solo, porque si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti.

No se trata de que finjas ser feliz, tampoco de que te hundas a ti mismo recordándote cada día por lo que no consigues estar bien. Se trata de que tengas fe, esperanza y ganas de seguir viviendo. 

Todo pasa y todo sigue.

Merece la pena ser feliz.