Nuestra historia.

     Fue tu culpa, tú entraste en mi vida. ¿Y yo que hice? Abrirte la puerta de par en par. ¿Por qué? Quién sabe, quizá desde el principio supe que ibas a ser importante. Lo que no me imaginaba era hasta qué punto. Conversaciones de horas y horas, sin razones, sin sentido. Hablar de todo y de nada. Contarnos nuestras vidas, ir conociéndonos mejor. Llegué a pensar que si me pasara algo, serías el único que daría la cara por mí. No podía pasar ni un día sin hablar contigo. Eras el único en que de verdad confiaba cuando estaba triste, el primero en quién pensaba cuando me pasaba algo increíble que quería contar, a quien quería preguntar las cosas cuando no entendía algo. 

     Poquito a poco, sin saber por qué, te fui necesitando. Te iba buscando entre la gente. Me ponía roja si te veía. Soñaba contigo. Me imaginaba a tu lado. Y sin darme cuenta, me acabaste gustando. Sabía que era imposible. Sabía que no era suficiente para ti. Sabía que era absurdo. Pero no podía sacarte de mi cabeza. Y pasaba el tiempo. Y ya no hablábamos tanto. ¿Qué nos está pasando? No lo entendía. Éramos amigos. Quizá te cansaste de hablar conmigo. Te hablaba de vez en cuando, pero sentía que molestaba. Y dejamos de tener esas conversaciones de horas y horas. Y empecé a intentar dejar de pensar en ti. Y lo conseguí.

     Volvimos a hablar. Todo parecía ser más o menos normal. Incluso era mejor, porque ya no dependía de ti, ya no te necesitaba, porque ya no me gustabas. O eso creía. Y entonces dejaste caer que querías algo. ¿Y yo qué hice? Decir que no. Me lo planteé. Lo pensé mucho. Muchísimo. Pero no podía. ¿Qué iba a hacer? No podía. ¿Y qué pasó? Que me arrepentí. Me arrepentí en ese preciso momento en que te vi con otra. Me puse celosa. Pensé que esa podía ser yo. Pero me quité esa idea de la cabeza. Volví a convencerme de que no me gustabas.


     Ya no hablábamos. Todo normal. Pero volviste otra vez. Sin más. No tenía sentido. Tonta de mí, pensé que no sería ningún problema. Y quedamos. Y me intentaste besar. Y no te dejé. Y me dijiste mil veces que me querías, y yo te repetí mil veces que no te creía. Y me rompiste todos los esquemas. ¿Qué hice? Dejarte hacer. Te juro que me sentí en las nubes andando cogida de tu mano. Era de noche. Hacía frío. Pero no me importaba nada. Nada más. Era feliz. Muy feliz. Todo lo que me había imaginado durante tanto tiempo se estaba cumpliendo. Llegué a casa pensando en ti, en esa tarde. ¿Y qué me encuentro? Un mensaje tuyo diciéndome que si sabía qué día era hoy. Si me quedaba alguna duda de si estábamos juntos, ahí se confirmó. Estaba en las nubes, de verdad.

     Y el sueño seguía. Tú me decías 'te quiero', yo contestaba 'no'. Tú te enfadabas, porque yo no te creía. Pero es que sabía que no me querías. El problema es que fui tan tonta de llegar a creerte. Y, por supuesto, de quererte más que a mi puta vida. Las tardes en el parque. Tus besos en el cuello. Tus abrazos. Tu sonrisa. Tus besos. Tu olor. Las canciones de Melendi de fondo. Pero el sueño fue acabando. Sabía que te estabas cansando de mí, ya no hablábamos, casi no nos veíamos. Y hacía como que no me importaba. No quería hablarte yo, por si te molestaba. Y entonces me di cuenta: estaba esperando el momento en que me dijeras que no querías seguir. Y pasó, claro que pasó. Era cuestión de tiempo. Y el sueño terminó del todo.


     Pero, ¿sabes qué? No me arrepiento. No, de quererte, no. De lo que me arrepiento es de no haberte querido bien. De no haberte demostrado lo mucho que me importabas. De haberme dejado llevar por la vergüenza y las inseguridades.

     No me imaginaba mi vida sin ti, pero tuve que hacerme a la idea, porque ya no estabas. Y así lo hice. Me costó un mundo dejar de quererte. No te haces una idea de cuánto. Te echaba de menos a cada minuto, lloraba cada dos por tres pensando en ti, me dolía verte, no soportaba pensar que te gustaba otra. Es más, si en algún momento me convencí de que de verdad me quisiste, cuando leí todo lo que escribías de esa que te gustaba, se me cayó el mundo encima. ¿Por qué le dice estas cosas? ¿Por qué a mí jamás me ha hablado así? ¿Cómo puede ser que parezca que la quiere más a ella de lo que me ha querido a mí en todo este tiempo? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Todo. Cualquiera tiene todo lo que yo no tengo.

     Tuve que hacerme a la idea. Tuve que dejar de quererte. Tuve que dejar de ponerme celosa. Y costó. Pero entonces empecé a echarte de menos de otra forma. Echaba de menos el principio de nuestra historia, cunado éramos amigos sin más, sin preocupaciones, sin complicaciones. Cuando hablábamos durante horas y no había momentos incómodos, ni miedo de decir algo que tenga doble sentido. Y quiero volver a eso. Y lo intento. Pero es tontería. Ya no es lo mismo, me siento tremendamente pesada si te hablo, sé que no quieres hablar, te noto borde. Es todo muy incómodo, y no me gusta.

     Ya no te quiero. Te veo y siento cosas, pero no lo mismo de antes. Sigue pareciéndome que tu olor es adictivo. Y cada día te veo más guapo. Pero no es lo mismo. No. Y eso es lo que creo siempre, menos cuando me deprimo. Hay momentos en los que me encantaría que volvieras, hacer las cosas mejor, que fuéramos la segunda parte más bonita de la historia. Luego se me pasa, y me vuelvo a convencer de que no siento nada por ti. Y es que quizá para ti no significó nada, quizá ni siquiera te importé, puede que fuera un capricho, o simple curiosidad. Pero para mí lo fue todo.

     Pero me jode muchísimo que haya momentos en los que te necesito. Y pensar que con todo el tiempo que ha pasado, sigo siendo igual de tonta. Sigo sin imaginarme con nadie que no sea tú. Sigo pensando en ti cuando leo cosas de amor. ¿Qué me pasa? No lo sé. Quizá es eso que dicen de que el primer amor nunca se olvida, que siempre queda algo. Pero me da igual. No tiene sentido que escriba esto, pero necesitaba soltarlo porque me niego a hablar de esto con nadie. Se acabó toda esa mierda.


Te propongo un juego.


      Juguemos a ver una película abrazados. Juguemos a matarnos a cosquillas. Juguemos a comernos a besos. Juguemos a que te aprendes todos mis lunares. Juguemos a que nos despertamos en la misma cama. Juguemos a enfadarnos y luego besarnos. Juguemos a ser felices. Juguemos a querernos. Sólo hay una regla: el primero que olvide al otro, pierde. Así que, ¿qué te parece si jugamos a no perder, a no perdernos?