Me han enseñado más las letras de las canciones que mil profesores juntos. Eso es así, tan cierto cómo que el cielo es azul y el agua transparente. Es todo cuestión de música, ella tiene la culpa. No esa música que se aprende en el colegio y se estudia. No, yo me refiero a la música que se siente, que te entiende, que te hace llorar y sonreír, que te eriza la piel y te produce escalofríos.
Pero ¿qué es la música? La música es, según dice la Real Academia Española, el arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre o tristemente. En cambio, la música, para mí, es una forma de vida.
La reproducción aleatoria es capaz de llegar en el momento justo, y decir las palabras precisas. La música llega, va sonando y pasa, pero, curiosamente, parece que algunas canciones se ponen a posta, como si supieran lo que está pasando, lo que piensas.
La música es aquella que te acompaña donde vas, esa que jamás te deja solo. La música es la banda sonora, con una canción adecuada para cada momento. Es aquella que suena al compás de los latidos de tu corazón, que acompaña a tus lágrimas mientras se deslizan por tus mejillas. Es aquella que combina perfectamente con el sonido de tu risa.
Sentir la música es tener la capacidad de evadirte del mundo, de pensar en cada sonido, en cada palabra, y olvidarte por un momento de todo, mientras en tu cabeza las ideas retumban al compás de una canción.