Me encanta, me encantas.

     ¿Cómo explicarlo? Me encanta tu forma de mirarme, de cogerme la mano cuando andamos por la calle, de abrazarme mientras vemos una película. Me encanta que te quejes cuando cambio las canciones en el coche, y que te santigües siempre conduces. Me encanta que me beses en los semáforos en rojo, que me abraces hasta cuando estás enfadado, que te quejes de que te entra hipo si te hago cosquillas. Me encanta esa voz que pones cuando cantas y que bailes haciendo el tonto; que me hagas sonreír cuando tengo ganas de llorar, que seas como un niño pequeño. Me encanta esa manía tuya de morderme pero no dejar que yo te muerda; de darme besos en el cuello y luego tocarme la pierna a ver si tengo la piel de pollo.

     Me encanta que hagas planes sobre cuándo y cómo nos casaremos, cómo viviremos y que discutamos el nombre que tendrán nuestros hijos. Me encanta que me prometas que esto va a durar siempre. Me encanta que me aguantes, que no podamos pasar ni un día sin hablar y mucho menos sin vernos. Me encanta esa sensación de no poder ser más feliz que tengo cuando te miro. Me encanta volver a casa oliendo a ti, y dormir con tu camiseta. Me encanta tener tu chaqueta colgada de la silla y que sea lo primero que veo cuando me despierto. Me encanta que ocupes un 99% de mi cerebro el 99% del tiempo; eso de querernos veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Me encanta que me beses y me espachurres, que nunca me dejes irme a casa a la primera y te despidas mil veces seguidas.

     Me encanta que me llames sin avisar, y que vengas a verme a la puerta de casa. Me encanta que te pongas celoso y que me repitas mil veces que sólo me quieres a mí. Me encanta que tengas tanta paciencia conmigo. Me encantan todas y cada una de las cosas que tienen que ver contigo, con nosotros. Me encanta no encontrar sentido a por qué volviste, por qué sigues aquí, pero sentir que de verdad me quieres cada vez que me miras. Me encanta saber que estás ahí, que puedo contar contigo. No sé, me encanta todo. Me encanta sentir que no puedo te querer más y, sin embargo, enamorarme cada día un poco más. Me encanta tener tu sonrisa a centímetros de la mía. Me encanta, me encantas.


Subidas y bajadas.

      ¿No te das cuenta? Soy como una puta montaña rusa. Siempre dando vueltas, siempre con mil sensaciones, subiendo y bajando. ¿Y sabes lo peor? Mientras estoy subiendo, sólo puedo pensar en lo que me espera al llegar arriba, en la caída.

      Cuando parece que todo va bien y que soy feliz, de repente me sorprendo llorando según cierro la puerta del baño, riéndome de mí y queriendo escupir al espejo. Y así continuamente. Siempre la misma historia, siempre la misma mierda.

      Pero yo no quiero esto. Quiero aprender a olvidarme de todo, a no pensar en lo que pueda pasar. Quiero que me dejen de importar las circunstancias y las consecuencias. Aprender a disfrutar. Aprender a ser feliz. Aprender a ser valiente. Aprender a querer, a quererme; a no perderme.

      Quiero dejar de pensar en la caída, deshacerme de ella. Que no exista. Ni malas rachas ni malos ratos, ser dueña de mí misma y de mi camino. Saber qué quiero, saber cómo lograrlo. Y conseguirlo. Tener objetivos. Estudiar una carrera y conseguir un buen trabajo que me guste, viajar por todo el mundo y recorrer Italia, vivir feliz en una casa con vistas al mar, regalarle a mi madre el cielo, tener hijos y dejarme la puta vida por ellos.

      ¿Lo entiendes? Quiero disfrutar de la vida con sus mierdas y sus grandezas. Demostrar al mundo que puedo conseguir lo que me proponga. No arrepentirme de no haber hecho cosas, equivocarme y corregir mis errores, andar por el mundo con mi música en los cascos sonriendo a la gente.

      ¿Sabes? Lo he pensado mejor. Quizá no soy una montaña rusa, no. Más bien soy una noria. Dando vueltas, subiendo y bajando, pero llegando siempre al mismo punto, y vuelta a empezar. Prometiéndome ser feliz y pasar del mundo, estando bien un tiempo y encontrarme otra vez aquí escribiendo para sacar todo de dentro. Y vuelta a empezar. Escribiendo sin ningún motivo, sin ninguna razón. Ni para mí ni para nadie, por mí, para volver a prometerme que voy a ser feliz y convencerme de que esta vez va a ser diferente y cuando vuelva aquí a escribir, será porque no me quepa tanta alegría dentro. Escribirlo porque necesito soltarlo, sin avisar a nadie ni esperar que nadie lo lea, pero dejándolo aquí grabado.

      Sí, definitivamente, soy como una noria. Pero eso se ha acabado. Subidas y bajadas, sí, pero ni un 'siempre va a ser todo igual' más. Ni uno.


Esa que sonríe hasta cuando puede.

          Yo soy esa niña que se pasa la vida haciendo tonterías. Soy esa que no se calla ni debajo del agua, que gira la cabeza cuando no entiende algo y siempre se sienta con las piernas dobladas. Soy esa que se pasa la vida con las manos escondidas en las sudaderas y canta a gritos sin venir a cuento. Soy esa que siempre busca respuestas, a la que le dan pánico las arañas y grita si se le acerca una avispa; esa subnormal a la que le asustan los payasos y le tiemblan las rodillas siempre que está asustada. Soy esa que se tapa la tripa con las manos cuando está en bikini y no soporta llevar las uñas largas, porque se araña ella sola. Soy esa que sueña con una bonita historia de amor, pero tiene demasiado miedo como para dejarse llevar. Soy esa que siempre cree que le salen los exámenes mal, pero luego saca buenas notas. Soy esa que odia que la miren, por si la gente se da cuenta de sus defectos. Soy esa que no puede evitar reírse cuando hay una pelea o alguien llora, aunque no lo hago porque le haga gracia; esa que no sabe vivir sin dulce y odia el frío. Soy esa chica que tiene más complejos que pelos en la cabeza, y siempre tiene las manos frías. Soy esa loca que odia que la ignoren, pero no soporta que la agobien. Soy esa que lleva las uñas pintadas de colores chillones y el pelo siempre suelto; esa que no tiene ni pizca de coordinación y es un pato en cualquier deporte. Soy esa que necesita abrazarse a algo cuando ve una película de miedo, y siempre lleva cacao en el bolsillo del abrigo porque odia que se le corten los labios. Soy esa que nunca sabe decidirse y ama hacer trenzas a la gente. Soy esa que no sabe decir lo que siente, ama a los animales y odia las persianas bajadas. Soy esa a la que no le gusta que escuchen su música y un bebé le parece lo más bonito del mundo. Soy esa que se piensa todo demasiado, odia las cosquillas en los pies y no soporta no ir depilada. Soy esa que no es como los demás, y lo odia. 


          Soy esa que ve como todo el mundo avanza mientras ella sigue plantada en el mismo sitio sin poder hacer nada, esa que sabe que no es suficiente para nadie y siente que nunca va a serlo, esa que se compara con todo el mundo. Soy esa que parece estar feliz y luego se encierra en el baño a llorar sin saber siquiera por qué y nunca se lo cuenta a nadie. Soy esa que odia los porros y que le echen el humo de cigarros en la cara, esa que cambia de tema como quien no quiere la cosa cuando se siente incómoda. Soy esa que estudia siempre diciendo las cosas en voz alta, y se dedica a poner muecas al espejo. Soy esa que tiene miedo de querer porque le aterroriza que se rían de ella, que se den cuenta de lo patética que es. Soy esa que se sabe todas las canciones de la radio y ama las películas Disney. Soy esa que siempre se considera menos que todo el mundo. Soy esa que mantiene sus sueños desde pequeña y sabe que tarde o temprano se van a cumplir; esa que odia que le digan '¿y cómo vas a hacer eso? ¿De verdad crees que puedes?'. Soy esa cabezota que jamás da su brazo a torcer, esa que se pasa la vida pidiendo perdón y tiene miedo de cansar a la gente. Soy esa que está deseando ir a la playa, recorrer Italia y tener un vestidor lleno de ropa y zapatos. Soy esa que escribe simplemente porque tiene ganas, odia la lluvia y el viento. Soy esa que adora leer tirada en la cama y desayunar tortitas. Soy esa que se repite más que las cebollas. Soy esa que se pone roja por cualquier tontería y retuerce la lengua cuando algo le sienta mal o se enfada. Soy esa que nada en las piscinas como si fuera una sirena, casi nunca se maquilla y tiene miedo a enamorarse. Soy esa a la que puede la vergüenza, es demasiado organizada y exageradamente perfeccionista. Soy esa que habla con su perro y le dice siempre lo guapo que es. Soy tantas cosas, y tan pocas a la vez. Aunque, la verdad, quizá ni siquiera sé quién soy. Soy esa chica que está escribiendo esto ahora mismo, sin ninguna razón en particular.



Nuestra historia.

     Fue tu culpa, tú entraste en mi vida. ¿Y yo que hice? Abrirte la puerta de par en par. ¿Por qué? Quién sabe, quizá desde el principio supe que ibas a ser importante. Lo que no me imaginaba era hasta qué punto. Conversaciones de horas y horas, sin razones, sin sentido. Hablar de todo y de nada. Contarnos nuestras vidas, ir conociéndonos mejor. Llegué a pensar que si me pasara algo, serías el único que daría la cara por mí. No podía pasar ni un día sin hablar contigo. Eras el único en que de verdad confiaba cuando estaba triste, el primero en quién pensaba cuando me pasaba algo increíble que quería contar, a quien quería preguntar las cosas cuando no entendía algo. 

     Poquito a poco, sin saber por qué, te fui necesitando. Te iba buscando entre la gente. Me ponía roja si te veía. Soñaba contigo. Me imaginaba a tu lado. Y sin darme cuenta, me acabaste gustando. Sabía que era imposible. Sabía que no era suficiente para ti. Sabía que era absurdo. Pero no podía sacarte de mi cabeza. Y pasaba el tiempo. Y ya no hablábamos tanto. ¿Qué nos está pasando? No lo entendía. Éramos amigos. Quizá te cansaste de hablar conmigo. Te hablaba de vez en cuando, pero sentía que molestaba. Y dejamos de tener esas conversaciones de horas y horas. Y empecé a intentar dejar de pensar en ti. Y lo conseguí.

     Volvimos a hablar. Todo parecía ser más o menos normal. Incluso era mejor, porque ya no dependía de ti, ya no te necesitaba, porque ya no me gustabas. O eso creía. Y entonces dejaste caer que querías algo. ¿Y yo qué hice? Decir que no. Me lo planteé. Lo pensé mucho. Muchísimo. Pero no podía. ¿Qué iba a hacer? No podía. ¿Y qué pasó? Que me arrepentí. Me arrepentí en ese preciso momento en que te vi con otra. Me puse celosa. Pensé que esa podía ser yo. Pero me quité esa idea de la cabeza. Volví a convencerme de que no me gustabas.


     Ya no hablábamos. Todo normal. Pero volviste otra vez. Sin más. No tenía sentido. Tonta de mí, pensé que no sería ningún problema. Y quedamos. Y me intentaste besar. Y no te dejé. Y me dijiste mil veces que me querías, y yo te repetí mil veces que no te creía. Y me rompiste todos los esquemas. ¿Qué hice? Dejarte hacer. Te juro que me sentí en las nubes andando cogida de tu mano. Era de noche. Hacía frío. Pero no me importaba nada. Nada más. Era feliz. Muy feliz. Todo lo que me había imaginado durante tanto tiempo se estaba cumpliendo. Llegué a casa pensando en ti, en esa tarde. ¿Y qué me encuentro? Un mensaje tuyo diciéndome que si sabía qué día era hoy. Si me quedaba alguna duda de si estábamos juntos, ahí se confirmó. Estaba en las nubes, de verdad.

     Y el sueño seguía. Tú me decías 'te quiero', yo contestaba 'no'. Tú te enfadabas, porque yo no te creía. Pero es que sabía que no me querías. El problema es que fui tan tonta de llegar a creerte. Y, por supuesto, de quererte más que a mi puta vida. Las tardes en el parque. Tus besos en el cuello. Tus abrazos. Tu sonrisa. Tus besos. Tu olor. Las canciones de Melendi de fondo. Pero el sueño fue acabando. Sabía que te estabas cansando de mí, ya no hablábamos, casi no nos veíamos. Y hacía como que no me importaba. No quería hablarte yo, por si te molestaba. Y entonces me di cuenta: estaba esperando el momento en que me dijeras que no querías seguir. Y pasó, claro que pasó. Era cuestión de tiempo. Y el sueño terminó del todo.


     Pero, ¿sabes qué? No me arrepiento. No, de quererte, no. De lo que me arrepiento es de no haberte querido bien. De no haberte demostrado lo mucho que me importabas. De haberme dejado llevar por la vergüenza y las inseguridades.

     No me imaginaba mi vida sin ti, pero tuve que hacerme a la idea, porque ya no estabas. Y así lo hice. Me costó un mundo dejar de quererte. No te haces una idea de cuánto. Te echaba de menos a cada minuto, lloraba cada dos por tres pensando en ti, me dolía verte, no soportaba pensar que te gustaba otra. Es más, si en algún momento me convencí de que de verdad me quisiste, cuando leí todo lo que escribías de esa que te gustaba, se me cayó el mundo encima. ¿Por qué le dice estas cosas? ¿Por qué a mí jamás me ha hablado así? ¿Cómo puede ser que parezca que la quiere más a ella de lo que me ha querido a mí en todo este tiempo? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Todo. Cualquiera tiene todo lo que yo no tengo.

     Tuve que hacerme a la idea. Tuve que dejar de quererte. Tuve que dejar de ponerme celosa. Y costó. Pero entonces empecé a echarte de menos de otra forma. Echaba de menos el principio de nuestra historia, cunado éramos amigos sin más, sin preocupaciones, sin complicaciones. Cuando hablábamos durante horas y no había momentos incómodos, ni miedo de decir algo que tenga doble sentido. Y quiero volver a eso. Y lo intento. Pero es tontería. Ya no es lo mismo, me siento tremendamente pesada si te hablo, sé que no quieres hablar, te noto borde. Es todo muy incómodo, y no me gusta.

     Ya no te quiero. Te veo y siento cosas, pero no lo mismo de antes. Sigue pareciéndome que tu olor es adictivo. Y cada día te veo más guapo. Pero no es lo mismo. No. Y eso es lo que creo siempre, menos cuando me deprimo. Hay momentos en los que me encantaría que volvieras, hacer las cosas mejor, que fuéramos la segunda parte más bonita de la historia. Luego se me pasa, y me vuelvo a convencer de que no siento nada por ti. Y es que quizá para ti no significó nada, quizá ni siquiera te importé, puede que fuera un capricho, o simple curiosidad. Pero para mí lo fue todo.

     Pero me jode muchísimo que haya momentos en los que te necesito. Y pensar que con todo el tiempo que ha pasado, sigo siendo igual de tonta. Sigo sin imaginarme con nadie que no sea tú. Sigo pensando en ti cuando leo cosas de amor. ¿Qué me pasa? No lo sé. Quizá es eso que dicen de que el primer amor nunca se olvida, que siempre queda algo. Pero me da igual. No tiene sentido que escriba esto, pero necesitaba soltarlo porque me niego a hablar de esto con nadie. Se acabó toda esa mierda.


Te propongo un juego.


      Juguemos a ver una película abrazados. Juguemos a matarnos a cosquillas. Juguemos a comernos a besos. Juguemos a que te aprendes todos mis lunares. Juguemos a que nos despertamos en la misma cama. Juguemos a enfadarnos y luego besarnos. Juguemos a ser felices. Juguemos a querernos. Sólo hay una regla: el primero que olvide al otro, pierde. Así que, ¿qué te parece si jugamos a no perder, a no perdernos?