Ya casi no recuerdo que te había olvidado.

     Necesito escribir otra vez. Y siempre por lo mismo, siempre por tu culpa. Tanto para bien como para mal, siempre escribo por ti.

    Te echo de menos, ¿sabes? Te echo tanto de menos. Ayer hizo un año de aquella noche en la que me dijiste que me echabas de menos, que me seguías queriendo y te arrepentías de haberte largado. Y yo te creí, ¿sabes? Te creí como una estúpida, a pesar de aparentar como que no lo hacía. 


    También fue tu culpa que te creyera. Nunca te había visto esforzarte tanto para tenerme. Y te juro que no se me va a olvidar nunca es sabor de ese segundo primer beso. Ni tu mano buscando la mía cuando andábamos por la calle. Cuando me levantabas por los aires mirándome a los ojos, como si no hubiera nada que quisieras más que a mí.

    Te echo tanto de menos. Me hiciste pasar el mejor verano de mi vida, te lo juro. Te juro que nunca había sido tan feliz. Me demostraste tantas cosas... todo el mundo dice que no, pero yo sé que me has querido. Lo sé. Quizá no tanto como yo a ti. Y quizá no lo suficiente como para aguantarme. Pero sé que me has querido.

    Y es que ellos no te veían la cara cuando me acercaba. Ellos no recibían mensajes de repente ni llamadas con millones de 'te quiero' en diez minutos. A ellos no les ibas a ver a la puerta de casa ni les abrazabas tan fuerte, tan bonito. No son ellos los que se pegaban contigo y acababan comiéndose a besos. No. Esas cosas no las hacías con ellos. Las hacías conmigo.

    Quizá fueron imaginaciones mías, no sé. A lo mejor no me besaste con tanto amor aquella vez, y quizá no me miraste como te vi mirarme al entrar a mi casa después de las doce campanadas. Quizá estaba cegada y nada de eso era real.

    Pero era tan bonito... te juro que cuando me desperté a tu lado aquel día de verano y te vi dormido supe que jamás iba a ser tan feliz. Y ni siquiera estabas especialmente guapo. Simplemente estabas dormido, con la boca medio abierta y un gesto tranquilo. Pero supe que jamás iba a querer a nadie tanto como a ti.

    Quizá el error fue no decírtelo lo suficiente. Quizá no sabías que estaba tan enamorada de ti. Quizá no hice las cosas bien (como de costumbre). Quizá viví una historia diferente.

    A lo mejor tenía que haberte dicho que te quería mil veces al día. A lo mejor tenía que haberme dejado llevar. Quién sabe.

    Pero supongo que algo dentro de mí me decía que esta vez tampoco iba a salir bien. Aunque al principio fuera tan perfecto.

    ¿Por qué dejaste de hacerme caso? Todavía intento recordar en qué momento dejamos de contarnos todo, cuándo dejaste de necesitar hablarme a todas horas, por qué de repente sentí que ya no te importaba. Y eso tampoco te lo dije. Pensé que también eran imaginaciones mías.

    Pero no sabes cuánta falta me hacías. No podía más, y lo único que necesitaba era que estuvieras ahí y no me dejaras caer, ni rendirme, ni hundirme. Pero no estuviste, ¿sabes? No lo entendiste. No te diste cuenta de que si me enfadaba tanto era porque no podía más. Te necesitaba y tú sólo empeorabas las cosas al no entenderlo. Y yo pensaba que eso también era culpa mía por pagar contigo cosas de las que no tenías la culpa.

    Y lo dejaba pasar. Empecé a sentir que no podía decirte nada, porque siempre te enfadabas. Y yo no soy de esas personas que pueden callarse todo. Y me sentía un lastre.

    Pero seguías sin darte cuenta. No te dabas cuenta de que podías hacerme más daño que nadie. Y que cada vez que te cabreabas y decías ciertas cosas, a mí se me caía el mundo encima.

    No sabes cuántas horas me pasé llorando porque algo dentro de mí me decía que estábamos al borde de un precipicio y que en cualquier momento nos caeríamos.

    Y vaya que si nos caímos. Sólo que tú caíste de pie, y yo me hice añicos.

    Y aquí sigo, intentando recoger los trozos de mí que hay por el suelo. Aunque es absurdo. No encajan, ya no sirven. Sólo hacen daño.

    Y vuelvo a escribir (a escribirte) llorando. Intentando hacer como que no me rompo un poco más por dentro cada vez que te veo. Cuando sé que estás besando otros labios sin ni siquiera recordar los míos. Cuando sé que te estás follando a una mil veces mejor que yo. Y ni siquiera puedo culparte. Ni enfadarme. Y ojalá pudiese odiarte. En serio, ojalá.

    Pero no sé qué me pasa, que no puedo. Me parece normal que ya ni siquiera te acuerdes de mí, que no recuerdes lo que se supone que sentías y que te la sude haberme perdido. Porque en el fondo, ¿quién va a quererme? Si no valgo nada por dentro, ni mucho menos por fuera. Bastante que me regalaste un poco de tu tiempo.

    Pero ojalá me hubieras entendido. Ojalá te hubieras esforzado para intentar entenderme. Ojalá me hubieras querido lo suficiente como para no dejar que tu orgullo ganara y luchar por mí. Como para no dejar que me fuera sin hacer nada. Como para no sustituirme tan rápido.

    Ojalá te hubiera importado lo más mínimo cómo me sentía. Y como me siento ahora.

    Ojalá entendieras lo horrible que es estar enamorada que alguien que te ha roto.

    Ojalá supieras lo duro que es hacer como que no te quiero, como que no me importa verte tan feliz, como que me da igual que estés con otra. Y lo jodido que resulta conseguir no llorar dos días seguidos, y luego volver a verte.

    Ojalá supieras lo que se siente. Y cómo duele. Porque no veas si duele cuando mi corazón se empeña en decirme que quizá tú también me buscas entre la gente y me miras cuando paso por delante. Que quizá dentro de un tiempo vuelves a volver y a la tercera va la vencida. Y duele tanto porque sé que puede que pase. Y sé que me debo a mí misma no permitirte volver. Pero también sé que probablemente no tenga las fuerzas suficientes como para hacerlo.

    Y me romperás otra vez. Seguramente más de lo que estoy ahora. Aunque quizá no sea posible, porque creo que no queda nada que romper. Estoy tan vacía que dentro de mí se oye eco cuando discuten mi corazón y mi cerebro.

    ¿Sabes lo que dice el cerebro? Todo verdades. Que no te importo una mierda, y que no te mereces ni que te salude. Ni mucho menos que te deje volver si algún día quieres hacerlo. Porque quien te quiere no te destroza. Y mucho menos sabiendo que lo está haciendo, y buscando excusas para echarte a ti la culpa.
Y lo sé. Claro que lo sé. Y ojalá algún día sea capaz de asumir que no estoy hecha para el amor, ni mucho menos para ti. Quizá algún día sea capaz de verte besando a otra y no sentirme insignificante.

    Quizá.

    O quizá no.

    Pero pase lo que pase, no quiero que lo sepas. Porque me siento tan patética cuando te escribo mientras tu la escribes a ella (o a cualquier otra). Cuando te lloro mientras tú te la follas.


    Pero voy a salir de esto. Lo sé. Quizá nunca esté con nadie más en mi vida (que es lo más probable), pero voy a dejar de quererte. Aunque me cueste la vida, voy a dejar de quererte. Aunque tenga que cambiar. Si total, ya no sé quién soy (ni sé quién eres tú).

    Me pusiste por las nubes, y luego me dejaste caer. Y me destrozaste. Y encima te llevaste la mitad de los pedazos. Y me cambiaste. Y ahora no sé qué hacer.

    No tengo ni la menor idea de qué hacer.

    Pero voy a descubirlo, me cueste lo que me cueste. Y sino, voy a dejar que pase el tiempo y me lleve la corriente. Ya veré dónde acabo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario